QUEMANDO AL VIOLADOR Y A SU OBRA
- Abel
- 23 mar 2019
- 4 Min. de lectura

La principal cadena de radios de Montreal, con más de veinte estaciones, tomó la drástica decisión de no tocar más la música de Michael Jackson, tras la emisión del documental “Leaving Neverland”.
La rotunda censura al rey del pop se basa en los abusos sexuales contra menores que el reportaje denuncia con testimonios contundentes. Delitos que, cuando el artista estaba vivo, le valieron varios juicios y portadas de periódicos. Delitos que en su época se ocultaron bajo millones de dólares pagados a cambio de silencio.
¿Se puede acallar la voz de un artista por lo que hizo como persona? ¿Se puede enjuiciar su arte por su calidad moral?
El movimiento #metoo y sus ramificaciones ha levantado una verdadera caza de brujas virtual. Lo que comenzó con válidas condenas a abusos contra mujeres, rápidamente se ha extendido a todo tipo de abusos: contra minorías sexuales, contra niños, ataques racistas, xenofobia, etc.
El #metoo generó un verdadero brazo armado que ha ajusticiado merecidamente a abusadores de toda índole, pero sus certeros golpes también están aplastando, de paso, a las obras de aquellos artistas.
“Billy Jean” y “Smooth Criminal” son obras maestras de la cultura pop, por la música y las coreografías de Michael Jackson. Sin embargo, es verdad que su autor invitaba a niños a pasar la noche en su castillo para abusar de ellos amparado en la idolatría que estos le profesaban.
Otro icono, Elvis Presley, aparte de ser adicto a los medicamentos y a la comida, abusaba sicológicamente de su esposa, Priscilla Presley. La obligaba a teñirse el pelo, a ponerse pestañas falsas e incluso le indicaba qué maquillaje usar. Ella no podía comer su sándwich favorito, de atún, porque a Elvis le molestaba el olor. Un ogro, claro está, pero ¿quién es Elvis? ¿Un controlador? No, Elvis es el rey del rock and roll.
Frank Sinatra, por su lado, es La Voz. No hubo otro como él y hasta hoy, más de veinte años después de su muerte, sigue siendo figura esencial del jazz, del swing y considerado una de las voces más encantadoras de todos los tiempos.
La verdad es que La Voz tenía lazos con la mafia italiana de Chicago y Nueva Jersey. La mafia lo protegía cuando comenzaba su carrera artística. A cambio, él ofició de “mula” unas cuantas veces pasando dinero sucio por la frontera. Y, para no alejarnos de la temática #metoo, cabe recordar que Sinatra engañaba sistemáticamente a sus parejas.
Cuando tenía 50, se enamoró de una niña de 20, Mia Farrow. Duraron apenas un año. El viejo Frank se molestó porque Mia prefirió protagonizar “El bebé de Rosemary” en lugar de compartir pantalla con él en “El detective”. Un día llegó al estudio donde Mia filmaba y le lanzó los papeles de divorcio a la cara delante de todo el equipo.
Aquella película, obra maestra del cine de terror, fue dirigida por Roman Polanski, quien posee varios trabajos en el top ten de la crítica, como “El pianista” y “Chinatown”. Pero Polanski, la persona, tuvo que huir de Estados Unidos y refugiarse en Francia por supuestamente haber violado a una menor de edad. Ni siquiera viajó a recibir su Oscar por “El pianista”, en 2003, debido a la acusación.
Mia Farrow también fue esposa del aclamado director Woody Allen. Formaron una familia con los siete hijos de ella, adoptados y biológicos, más los tres que llegaron durante la relación. Woody Allen habría abusado de la pequeña Dylan Farrow, adoptada por ambos.
Cuando otra de las hijas adoptadas por Mia, Soon-Yi Previn, aún estaba en la secundaria, Allen comenzó una relación sentimental con ella, la que continuó cuando se divorció de Mia Farrow. Hasta hoy.
Hace un par de meses, se hicieron públicos nuevos antecedentes sobre la supuesta violación de Dylan Farrow. Las reacciones no se hicieron esperar y algunas de las actrices que han trabajado con Woody Allen mostraron su arrepentimiento por haber actuado para el director. En solidaridad, el joven nominado al Oscar Timothee Chalamet, avergonzado y arrepentido, anunció que donará todo su sueldo de la cinta que rodó con Allen, “A rainy day in New York”.
Ahora cabe preguntarse si “Manhattan” o “Blue Jasmine” dejan de ser excelentes por la asquerosa moral de Allen. O si debo censurarme al decir que “El bebé de Rosemary” es un ejemplo a seguir del thriller sicológico. ¿O debo prohibirle a mi cuerpo que se mueva cuando “Smooth Criminal” suena por ahí?
Y la respuesta es no.
Se puede perfectamente separar al hombre de su obra. El arte es divino, inmortal, y el hombre es solo eso, humano. Desde la antigüedad griega que el arte se origina en lo divino: las musas bajan a la tierra para susurrar ideas a los artistas. Estos son solo el medio para que el arte tome forma.
Hasta el más probo de los artistas ha pecado, y su obra no puede quemarse junto a él. El #metoo debe seguir cazando a los abusadores y llevarlos a la hoguera por sus crímenes, pero no a sus obras: estas tienen vida propia. En oscuros tiempos pasados ya se quemaron obras de arte por los crímenes de los acusados.
Para terminar este texto, puedo escribir los versos más tristes esta noche y quizás estos sean los últimos versos que yo escriba… Pero los versos más tristes y hermosos ya los escribió Pablo Neruda, artista máximo, premio Nobel, reconocido a nivel mundial y responsable de algunas de las más bellas obras que se hayan escrito.
Obras escritas, sin embargo, por la mano de un pecador, mujeriego reconocido, violador confeso, de un padre que abandonó a su hija enferma a los cuatro años para que muriera sola a los ocho. Obras que —la paradoja— perdurarán por edades ciegas y siglos estelares.
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